Apátrida, doscientos años y unos meses

viernes, 2 de septiembre de 2011



Por Mónica Berman

“(…) el crítico que hiere al pintor en la mano, la mano con la que pinta, (…) ese instante grosero en el que la vida, productora natural de metáforas, construyó semejante escena simbólica para fundar las nociones de “artista” y de “crítico”.

Rafael Spregelburd.

Apátrida es una propuesta sumamente interesante por doble motivo: uno es temático, la reconstrucción de una polémica entre crítico y artista, casi podría decirse, en un momento ¿fundante? en la historia ( ¿ es prehistoria o inicia el acto de fundación?) del arte argentino.

En cuanto a esta cuestión temática el dramaturgo parte de una investigación de Viviana Usubiaga y propone un encuentro muy particular porque los personajes de Eugenio Auzón y de Eduardo Schiaffino son llevados adelante por el mismo actor, en un juego que articula polifonía y unicidad corporal, sin dejar de poner por delante todo el tiempo el mecanismo de construcción.

Pero además del tema, el espacio construido con objetos vinculados con lo sonoro suma en otra dirección. Zypce, como “músico” (no, no le cuadra el nombre aunque también), hará un trabajo central en esta instancia.

Como hay que elegir para no convertir un texto que habla de Apátrida en un extenso capítulo de libro (tan rico es el material para pensar y disfrutar) opto por pensar una cuestión en particular y es el lugar paradójico que establecen entre la visión de los objetos ligados con el sonido y la temática que plantean: una discusión sobre el arte argentino.

Paradoja porque la construcción referencial, que funciona como punto de partida, será una muestra de pintura. Tanto el despliegue sonoro del músico, que no solo opera con consolas sino con un muestrario de objetos que devienen instrumentos en sus manos como la actividad sonora del actor que enfatiza el cambio de personajes con diferencias vocales e incluso con el uso de un megáfono, sumada a la incorporación de otros personajes a través de la voz en off, justificada o no, que puede provenir de “ningún sitio” o de un teléfono celular, multiplican al infinito las posibilidades de juego con lo sonoro. Pero uno de los paradigmas, sin duda, tiene que ver con la audioguía, que como todos sabemos permite realizar guías personalizadas en museos, parques, centros históricos y salas de arte y proveen información histórica, técnica y visual del objeto que está siendo visto. Recordemos, además que suelen estar disponibles en diferentes idiomas.

Claro que en este caso, en principio, no tenemos un museo en sentido estricto y además estamos en 1891. Cómo nos presentan la secuencia de la audioguía: tanto el músico como el actor, abandonan sus lugares y se sientan con sendos grabadores. En primer lugar, hay que decir que la audioguía tiene sentido si estamos frente a algún objeto visible, porque la información auditiva complementa, enriquece, hace observar detalles que pasarían inadvertidos. Lo único visible para los espectadores son los dos protagonistas sentados frente a público manipulando sus grabadores.

¿Cómo funciona la supuesta audioguía? En primer lugar, vimos que no lo es, digamos que tenemos el dispositivo de la audioguía pero alterado el uso, en primer lugar, y desplazado el contenido “informativo” por otro.

Ya observamos que nadie se desplaza observando cuadros, aunque en el inicio se escuche la siguiente afirmación:

“Hola. Soy tu audioguía. Si quieres saber más sobre la Exposición de cuadros organizada por la Sociedad de Beneficencia de las Damas del Carmen, presiona uno. ¡Presiona ahora!

Es necesario decir que, en ocasiones, simultáneamente se escuchan varias audioguías. Si el dispositivo es individual, cada “visitante” maneja su propio audio tour, en función de su recorrido, si por el contrario, el audio es general, para un grupo, ha de entenderse, la voz es única o a lo sumo dos voces, con la idea es obtener coherencia y orden en el recorrido. La superposición sonora, ya se sabe, impide acceder a cualquier tipo de información (es necesario recordar que la acumulación de sonido produce ruido). Pero a la vez, si uno atiende, por ejemplo, el recorrido de una de las audioguías ( o hace trampa y las lee después) podrá observar son sencillamente un delirio, la información que aportan de ningún modo podrían ser parte de la información ¿cómo se entiende el comentario de un cuadro que no está? ¿o la indicación de la promesa de la pintora de llevar otro en su lugar? ¿o la indicación de que finalmente no cumplió con su promesa?

Luego aparecen cuestiones, al menos, raras… la posibilidad de escuchar críticas auspiciosas de la muestra, o de las otras.

La indicación del “presiona” y la selección del idioma nos lleva a reconocer la audioguía manejada por el visitante… pero observamos que cuando ofrece el cambio de idioma, a continuación vienen el mismo texto, traducido, diciendo lo mismo.

“Si quieres que tu audio guía te acompañe en catalán, presiona 6”

“Si vols que la teva (…) premi sis” (audioguía en catalán)

Observemos que efectivamente es una traducción y que necesariamente la acción de presionar “6” se llevó a cabo puesto que están hablando en catalán… es decir, puro juego.

Cuando el contenido se acerca a lo que uno esperaría de semejante implemento, es decir, la descripción de un cuadro encontramos que no hay indicación de cuál sería el objeto descripto: no hay que dejarse engañar, si bien un aparato acaba de insistir “presione 17” el aparato que describe la naturaleza muerta es otro, la voz por lo tanto es otra… un dedo señalando a ninguna parte.

También nos prometen activar una pausa. Y una voz, proveniente del aparato, dice “Pausa” ¿Desde cuándo al presionar pausa, la voz indica “pausa”? que haya sonido, justamente indica que no que no hay es una pausa…

Estos pequeños ejemplos sirven para dejar sentado que hay una remisión al dispositivo “audioguía” en función de una utilización lúdica. Aparece el recurso “tecnológico” para desmentirse, para mostrarse inútil.

Apátrida, doscientos años y unos días es una propuesta de múltiples entradas. De esas escasas puestas para diferentes espectadores que pueden encontrar, multiplicadas, cosas que fueron o que no fueron a buscar.

Dramaturgia: Rafael Spregelburd
Actuan: Rafael Spregelburd, Federico Zypce
Músicos: Federico Zypce
Voz en Off: Erik Altorfer, Félix Estaire de la Rosa, Pablo Osuna García, Ruth Palleja, Monica Raiola, Zaida Rico
Escenografía: Santiago Badillo
Iluminación: Santiago Badillo
Fotografía: Gabriel Guz, Ale Star
Asesoramiento histórico: Viviana Usubiaga
Asistente de producción: Magdalena Martinez
Asistencia de dirección: Gabriel Guz
Dirección: Rafael Spregelburd

Foto: Ale Star

0 comentarios: